Cierto día, un experto en la ley religiosa se levantó para probar a Jesús con la siguiente pregunta:
—Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
Jesús contestó:
—¿Qué dice la ley de Moisés? ¿Cómo la interpretas?
El hombre contestó:
—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente” y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
—¡Correcto! —le dijo Jesús—. ¡Haz eso y vivirás!
Lucas 10:25-28; Mateo 22:36-40; Marcos 12:28-31.
—Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
Jesús contestó:
—¿Qué dice la ley de Moisés? ¿Cómo la interpretas?
El hombre contestó:
—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente” y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
—¡Correcto! —le dijo Jesús—. ¡Haz eso y vivirás!
Lucas 10:25-28; Mateo 22:36-40; Marcos 12:28-31.
El amor de Dios es un gran consuelo. Pero tal vez este no sea tan consolador como algunas personas creen. Como dijimos la última vez, el amor de Dios no es una envoltura teológica que sofoca todo aquello que la Biblia dice acerca de cómo Dios se relaciona con nosotros. Ese enfoque miope, de sensación de bienestar en el amor de Dios, a menudo hace caso omiso de sus implicaciones más profundas. En concreto, se pasa por alto el hecho de que el amor de Dios acarrea una peculiar condena.
El amor y el legalismo
Muchos creyentes te dirán que la vida cristiana es tan simple como "amar a Dios y al prójimo". Es una consigna muy popular en las mega-iglesias influyentes, haciendo parecer sin esfuerzo esos elevados propósitos. De hecho, algunos erróneamente reducen el Evangelio a esa simple frase.
Pero esa idea errónea no es nada nueva; era una creencia generalizada entre los fariseos. El evangelio de Lucas relata un incidente relacionado con este tema:
Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás, Lucas 10:25-28.
Si detenemos la lectura ahí, podríamos asumir que Cristo acababa de abrir una puerta lateral al cielo. Sin embargo, pasaré a explicar el punto exacto que el Señor estaba proyectando:
Jesús, por supuesto, no estaba diciendo que había algunas personas en algún lugar que podrían salvarse por guardar la ley. Por el contrario, Él se proponía señalar la imposibilidad absoluta de lograrlo, ya que la ley exigía la obediencia perfecta y completa (Santiago 2:10), y promete la muerte física, espiritual y eterna a los que la desobedecen (Ezequiel 18:4,20; Romanos 6:23).
En lugar de afirmar el enfoque legalista de la salvación, Cristo estaba condenando su falsa piedad e ilustrando la imposibilidad de cumplir con la ley.
Pero el escriba no logra comprender ese punto. En su lugar, tontamente se aferró a su propia justicia y tomo la actitud equivocada; dice la Palabra: "Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?" (Lucas 10:29). Podemos observar la necedad y la ceguera que condujo a esta respuesta por parte del escriba.
En este punto de la discusión, el escriba debería haber reconocido su incapacidad para amar como Dios requiere y clamar por misericordia como lo hizo el publicano en Lucas 18:13. Pero acorralado en una esquina de la que no había escapatoria, su miserable orgullo y justicia propia tomaron el control. Note lo que dice el pasaje: "queriendo justificarse a sí mismo". Él no pudo negarse a sí mismo. No solo se negó a confesar la realidad de su corazón pecaminoso, sino que menospreciando la convicción de pecado que seguramente sintió interiormente, entonces inflexiblemente reafirmó su externa auto-justicia y méritos.
Observamos repetidamente esa misma confianza legalista en las iglesias de hoy; cómo las personas hacen valer sus capacidades para planificar "amar a Dios y amar al prójimo" lo suficiente.
Sin embargo la negligente parcialidad de esa consigna disminuye el peso de las repetidas advertencias de las Escrituras a emular el amor de Dios. Al igual que el legalista debe haber sentido el aplastante peso de la ley en medio de su auto-justificación, cualquier reflexión honesta acerca de los mandamientos del Señor debería crear un agudo sentido de convicción y reproche.
La incapacidad de amar debidamente a otros
Por ejemplo, el mandato de Cristo a sus discípulos, "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado", Juan 13:34; cf. Juan 15:12, en un primer momento parece bastante simple. Pero si tomamos en cuenta la profundidad del amor de Cristo por nosotros, y los grandes extremos a los que Cristo fue expuesto para expresar ese amor, este se convierte en un desafío mucho mayor. Francamente, inalcanzable.
El amor de Cristo es un ejemplo de las manifestaciones más puras de abnegación y sacrificio que este mundo haya visto. Los evangelios nos presentan abundantes ejemplos de su amor extraordinario para las personas que vino a salvar. Y si ningún sentido de reproche surge de nuestro deber de amar a los demás de la misma manera que Cristo nos ha amado, entonces no sabemos nada acerca del precio que Cristo pagó para mostrar ese amor.
Tenga en cuenta su propia facultad viciada de amar a los demás. Cada impulso egoísta, cada esfuerzo de instinto de conservación, cada elección de la comodidad por encima de la compasión contradice la manera en que Jesús amaba. Si somos honestos, deducimos que rara vez amamos a los demás a la manera de Cristo; si es que hemos amado.
Cuanto más aumenta nuestra comprensión de la perfección del amor de Cristo, más aun se agranda nuestro pecaminoso fracaso en seguir el ejemplo de Cristo.
La incapacidad de amar debidamente a Dios
La noticia no es mejor cuando se trata de amar a Dios. Desde los primeros días de su pacto con Israel, el Señor exigió la supremacía en los corazones de su pueblo. Deuteronomio 6: 5 dice claramente, "Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas". El mismo Cristo consideró esta declaración como el más grande mandamiento (Mateo 22:36-38). Pero estos pasajes nos conducen a unas preguntas:
- ¿Realmente amamos a Dios por encima de todo?
- ¿Su gloria es nuestro mayor deseo?
- ¿Es nuestra adoración a Él libre de distracciones mundanas?
- ¿Está nuestro más valioso tesoro almacenado en el cielo?
- ¿Hemos afirmado nuestros afectos en Él?
- ¿Es el cumplimiento de Su voluntad nuestra principal motivación?
- ¿Es la obediencia a Él nuestra mayor alegría?
- ¿Cumplimos y estamos cumpliendo en servirle a Él?
- ¿Está cada aspecto de nuestra vida dedicada a servirle, adorarle y glorificarle?
Esa es la naturaleza de la relación que se suponía el hombre debía tener con Dios. Pero el pecado de Adán desde entonces nos separó de esa realidad. Sólo en Cristo podemos ser restaurados, y sólo en la eternidad podremos disfrutar de perfecta comunión de amor con el Padre. Por ahora, el mandamiento de amar a Dios cuelga sobre nosotros como un recordatorio perpetuo de nuestra culpa, condenando la incapacidad y la insuficiencia de nuestra carne caída.
¿Entonces, cuál es el punto?
La condenación en el amor de Dios no es un fin en sí mismo. Es un motivador, un impulsor para nuestro crecimiento espiritual y piadoso.
Para los incrédulos engañados, las ricas profundidades del amor de Dios deben ser un llamado de atención a la gravedad de su verdadero estado espiritual. El Evangelio reducido al "amor a Dios y a los demás" simplemente es un falso evangelio. En lugar de hallar confianza farisaica en su habilidad para cumplir con la ley de Dios, incluso los más simples requisitos, ellos necesitan entender el desperfecto fatal que está en su carne. Necesitan ser aplastado bajo el peso de su propia censura, y romper el orgullo que subyace en su propia justicia.
Tienen que experimentar la transformación que Pablo describe en su carta a la iglesia de Galacia:
Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe, Gálatas 3:23-24.
En términos simples, ellos necesitan estar humillados, y llegar a una verdadera fe y arrepentimiento. Los creyentes negligentes deben igualmente humillarse por causa de las realidades del amor de Dios. La salvación no es una excusa para la teología superficial o de mala calidad. Los verdaderos creyentes deben tener un apropiado respeto y comprensión acerca del amor de Cristo y Sus ordenanzas para reflejar ese amor a través de nuestras vidas.
La comprensión de cuan bajo podríamos caer debería estimularnos a un mayor crecimiento y santidad. Debemos disciplinarnos para una mayor conformación a la imagen de Cristo, y vivir vidas que ejemplifiquen Su amor a aquellos que nos rodean.
Por otra parte, esto debería impulsarnos a un mayor amor por Cristo. Todos estos requisitos, en última instancia, apuntan hacia Cristo, tanto el perfecto modelo de amor y perfecta expresión de amor. Él es el Uno, el Único, que cumple a la perfección todos los requisitos que el amor demanda.
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