Muestra una perspectiva bíblica y relevante sobre diversos temas en la vida del cristiano, además de presentar mensajes que contienen puntos prácticos que se pueden aplicar en la vida cotidiana.

¿Qué es la unidad cristiana?

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La unidad entre dos personas o un grupo de personas obtiene su fortaleza plena de algo más que un simple objetivo común. La unidad en sí misma es neutral hasta que se suministra el bien o la maldad con alguna otra cosa. Por tanto si Herodes y Pilato estaban unificados por su desprecio común hacia Jesús (Lucas 23:12), esta no es la noción de una buena unidad. Pero si Pablo y Silas cantan juntos en la cárcel por causa de Cristo (Hechos 16:25), esto  conlleva la idea de una buena unidad.

Entonces, no es suficiente convocar a los cristianos a tener unidad. Eso puede ser bueno o malo. Por ejemplo, el voto unificado en una comunidad cristiana para prohibir la asistencia a los servicios de alguna etnia o raza, o bien el voto unificado para aprobar los actos sexuales prohibidos no es una buena unidad.

¿Qué produce la unidad cristiana?
La unidad cristiana en el Nuevo Testamento alcanza su fruto por medio de la combinación de los siguientes cuatro atributos: su fuente, sus puntos de vista, sus afectos y sus propósitos.

La fuente
La exhortación de Pablo en las Escrituras, es a tener un interés específico, celoso y diligente, de mantener «la santa unidad» que debe caracterizar a la verdadera Iglesia. En efesios 4:3 el apóstol nos anima a ser "solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". Aquí el pasaje implica que tal unidad se produce únicamente por el Espíritu Santo; siendo entonces el causante y quien ha actuado en nuestros corazones para la renovación, deberíamos responder en función de esa unidad que Él proporciona.

Esta unidad, solo puede ser sustentada y perpetuada en la negación del yo. Mientras el yo sea el centro de todas las cosas, esta unidad no podrá existir nunca plenamente. En una sociedad donde el yo predomina, las personas no son más que un conjunto desintegrado de unidades individualistas en guerra. Pero cuando el yo muere y Cristo se establece en el primer lugar de nuestros corazones, entonces se produce la unidad, que es la característica importante de la verdadera Iglesia.

El Espíritu Santo es el gran donador de la unidad.  Una de las más hermosas alegorías de la unidad de la Iglesia es presentada por el apóstol Pablo en  1 Corintios 12:13, "Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu". No deja de sorprendernos considerar la forma en que cooperan las diferentes partes del cuerpo. Pablo traza aquí el diseño de la Iglesia como un cuerpo. Un cuerpo consta de muchas partes, pero tiene una unidad esencial. Hay una personalidad que da unidad a las diversas partes del cuerpo. Observe atentamente la siguiente enseñanza de este pasaje: Lo que el yo es al cuerpo, lo es Cristo a la Iglesia. Es en Cristo por medio del Espíritu Santo donde todos los diversos miembros encuentran su unidad.

Los puntos de vista
Pablo dice que Cristo dio a la iglesia los pastores y los maestros para equipar a los santos "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efesios 4:13). En otras palabras, la unidad que buscamos es la unidad en la verdad. Desde luego, entendemos que la unidad cristiana comprende más que verdad compartida, pero no menos.

Existe un peligro que amenaza a la iglesia, este es la desunión. Cuando los miembros de la iglesia están caminando en serio y sus creencias  realmente les importan es cuando emergen los diversos puntos de vista y el peligro de contiendas es más factible. Existen por lo menos tres causas para la desunión:
  1. Está la ambición egoísta. Siempre hay peligro de que las personas hagan las cosas, no para que avance la obra, sino para promocionarse a sí mismas.
  2. Está el deseo de prestigio personal. El prestigio es para muchos una tentación aún mayor que la de la riqueza. El ser admirado y respetado, el sentarse en la plataforma, el buscar la opinión de uno, el deseo de ser conocido de nombre y en persona, hasta el ser adulado, son para muchos las cosas más deseables. El cristiano debe desear que la gente fije la mirada, no en él mismo, sino en Dios.
  3. Está el concentrarse en el ego. Si una persona se preocupa solo de sus propios intereses, es inevitable que choque con otras personas. Si su idea de la vida es la de una contienda competitiva cuyos premios se esfuerza por ganar, siempre considerará a los demás como enemigos, o por lo menos como rivales de los que tiene que librarse. El concentrarse en uno mismo induce inevitablemente a eliminar a los demás; y el objeto de la vida no puede ser ayudar a los demás, sino quitarlos de en medio.
Pablo compila las palabras en un pensamiento común en Filipenses 2:2 diciendo: "completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa". No puede haber felicidad para uno mientras sepa que hay desunión en la iglesia que le es tan querida. Solo es posible completar el gozo cuando los hermanos completan su comunión. No es con amenazas como Pablo se dirige a los cristianos de Filipos, sino con la exhortación en amor y en paciencia, que debería ser el acento del pastor, como fue el acento de su Señor.

Los Afectos
El amor cristiano es esa buena voluntad invencible, que no sucumbe jamás al rencor ni busca más que el bien superior de los demás. No es una mera actitud del corazón, como el amor humano; es la victoria de la voluntad, lograda con la ayuda de Jesucristo. No quiere decir amar solo a los que nos aman; o a aquellos que nos gustan; ni a los que son amables. Quiere decir una buena voluntad invencible aun hacia los que nos odian, los que no nos gustan y que son todo lo contrario de amables. Esta es la misma esencia de la vida cristiana; y nos afecta tanto en el tiempo como en la eternidad.

Apuntalando más esta idea, el amor unificado en el cuerpo de Cristo incluye un compromiso robusto en hacer el bien a la familia de Dios nos agrade o no (Gálatas 6:10). Sin embargo, tan difícil como lo es para diversas personas, la experiencia de la unidad cristiana es más que eso. Comprende amor afectivo, no sólo sacrificar aquello que no le gusta. Es un sentimiento de cariño. Hemos de tener afecto por aquellos que son nuestra familia en Cristo. Los siguientes son pasajes que nos alientan al amor fraternal: "Amaos los unos a los otros con amor fraternal" (Romanos 12:10). "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro" (1 Pedro 1:22). "Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables" (1 Pedro 3: 8).

Los propósitos
La morada del Espíritu, la manifestación de Cristo, el amor a la verdad y la unidad están diseñadas por Dios para tener al menos dos propósitos: el testimonio al mundo, y la glorificación de Dios. El apóstol Juan hace la primera de ellas muy clara. "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Juan 13:34-35).

La declaración famosa de Jesús en Juan 17 tienen sus raíces en la profunda unidad espiritual entre el Padre y el Hijo, y con los que Dios ha escogido de entre el mundo (Juan 17:6). "...que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste" (Juan 17:21). En estos pasajes anteriores debemos notar que el testimonio al mundo consiste en amarnos los unos a los otros y la unidad con el Padre y con el Hijo, de manera que el mundo crea. Esto es mucho más que estar relacionados a través de una organización común.

A manera de conclusión podemos decir que la unidad cristiana que resplandece con auténtica gloria, de manera que el mundo pueda observarla, es la unión con el Padre y el Hijo, de modo que la gloria del Padre y el Hijo forma parte de nuestras vidas. "La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno" (Juan 17:22). Esa gloria se debe a: "Yo en ellos, y tú en mí" (Juan 17:23). De esta unión con Dios, y la gloria que da, brilla algo que el mundo puede ver, si Dios les da ojos para ver.

El objetivo final de dicha unidad cristiana es la gloria de Dios. De ahí que Pablo ora: "Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios" (Romanos 15:5-7).

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