¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?
Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. Romanos 6:16-19.
INTRODUCCIÓN
Los movimientos carismáticos y pentecostalistas se atribuyen el privilegio al título de «cristianos llenos del Espíritu Santo». Ellos definen la llenura del Espíritu en términos de experiencias de manifestaciones externas. Una descripción, muy común en los círculos de los movimientos pentecostales, es la siguiente: «Cuando estamos llenos del Espíritu, la manifestación externa de ese don es hablar en lenguas».Por supuesto, el hablar en lenguas no es la única señal evidenciada de la llenura del Espíritu dentro de ese modelo carismático, tampoco es el más calamitoso. Aún más impresionante es el fenómeno del «descanso en el Espíritu» o «ser muerto en el Espíritu». Aquellos que son derribados muestran un comportamiento de trance, por lo general cayendo de espaldas al suelo como una persona muerta. En otras ocasiones, estos «muertos por el Espíritu» responden con una risa incontrolable, ladridos diversos, espasmos erráticos y síntomas extraños de intoxicación.
Y si usted piensa que hemos alcanzado el tope, permítame decirles que al igual que las bacterias, estos fenómenos mutan y se extienden. En algunas iglesias carismáticas, las personas toman el escenario y se lanzan «pelotas de fuego de unción» imaginarias unas a otras, y luego caen al suelo fingiendo estar muertas por las pelotas de poder divino. Predicadores animan a la congregación a inyectarse con agujas imaginarias cuando llegan al altar, para que puedan «elevarse en Jesús». En realidad están comparando la llenura del Espíritu con el consumo de cocaína. Como si todo esto no fuera suficiente, impulsan a sus seguidores a colocarse en las bocas una figurita de plástico de un pesebre y alientan a las personas a que «fumen al niño Jesús» para que puedan experimentar «Jehová-guana», una referencia a la mariguana. Esto es más grave que rebajar las cosas de Dios. Es tomar el nombre del Señor en vano.
Caer de espaldas al suelo, reír sin control, balbucear frases sin sentido y actuar como un borracho es lo que parece ser un cristiano lleno del Espíritu Santo. Estos comportamientos no son considerados demasiado extraños si pueden ser acreditados al poder del Espíritu Santo. Convencidos de que se trata del resultado de ser llenos del Espíritu, los carismáticos apoyan con entusiasmo todas estas prácticas.
Las versiones carismáticas modernas de la profecía, las lenguas y la sanidad son todas formas falsas de los verdaderos dones bíblicos. Ahora bien, ser «derribado o muerto en el Espíritu» es una invención carismática moderna. Esta práctica no se menciona en ninguna parte de la Biblia, lo que hace que no tenga respaldo bíblico en absoluto. El fenómeno moderno se ha convertido en un espectáculo tan común y popular, que el carismático promedio da hoy por sentado que esta práctica debe tener algún tipo de origen bíblico o histórico.
Aunque los carismáticos asocian todos estos tipos de comportamiento con el Espíritu Santo, la verdad es que no tiene nada que ver con Él. Las Escrituras están llenas de advertencias acerca de las señales y prodigios falsos.
Jesús dijo: «Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes», Mateo 24:24–25. El Señor Jesús claramente espera que tomemos en serio estas advertencias y nos protejamos contra el tipo de credulidad bonachona que estos milagreros carismáticos fomentan de manera deliberada.
Siendo que estos tipos de engaños extravagantes son una burla al verdadero poder y llenura del Espíritu Santo, cabe preguntarse: ¿Qué es lo que realmente significa ser lleno del Espíritu? ¿Cuáles son las características que distinguen una vida cristiana llena del Espíritu Santo? Vamos a considerar la respuesta a esta pregunta al examinar la obra del Espíritu en la santificación del creyente.
SER LLENO DEL ESPÍRITU
Como ya hemos visto, todos los creyentes son:- Convencidos por el Espíritu Santo, Juan 16:7-11.
- Regenerados y renovados, Juan 16:7-11.
- Conducidos al arrepentimiento, Hechos 11:15–18.
- Hechos participes de la comunión con Dios, Romanos 8:14–17.
- Hechos morada del Espíritu Santo, Romanos 8:9.
- Sellados para eterna salvación, Juan 10:27–29.
El pasaje específico que nos habla acerca de la llenura del Espíritu está en Efesios 5:18, dice así: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu». El apóstol Pablo hace una comparación entre el efecto que produce el alcohol y el efecto del Espíritu Santo. Una persona que se embriaga, estará controlada en varias áreas de su vida por el alcohol. La persona se desinhibe y el alcohol toma control de sus acciones.
En contraste, aquella persona que se está llenando del Espíritu Santo es aquella que se está llenando del conocimiento de la Palabra de Dios, y su vida está siendo controlada por el Espíritu Santo. A diferencia de los resultados que produce el alcohol, el creyente que es lleno del Espíritu será un creyente victorioso, santo y servirá de edificación a la obra de la iglesia.
Cabe destacar que la orden «sed llenos» está en tiempo presente, lo que indica que debe ser una experiencia continua en la vida de cada cristiano. En otras palabras, los cristianos llenos del Espíritu Santo exhiben el fruto del Espíritu que Pablo identifica como «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22–23). Ellos son «guiados por el Espíritu» (Romanos 8:14), es decir, su comportamiento no está dirigido por sus deseos carnales, sino por el poder santificador del Espíritu Santo. Como Pablo explica en Romanos 8:5–9:
Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.El tema del apóstol es que los que están llenos del Espíritu Santo buscan agradar a Dios a través de la aplicación práctica de la santidad. El dominio del Espíritu Santo sobre nuestras vidas nos permite relacionarnos correctamente con Dios y los demás.
Tenemos dos pasajes paralelos que nos muestran esta correcta relación; Colosenses 3:16—4:1, Efesios 5:18—6:9. En estos pasajes el apóstol Pablo explica que en los creyentes debe residir la palabra de Cristo en abundancia, entonces al estar reunidos van a tener temas de qué hablar, porque estarán enseñándose unos a otros, y estarán cantando himnos y canticos espirituales. Harán todo en el nombre del Señor Jesús, «dando gracias a Dios Padre por medio de él». Las esposas estarán sujetas a sus maridos y los maridos, a su vez, amarán a sus esposas. Los hijos obedecerán a sus padres y los padres no exasperarán a sus hijos. Los siervos trabajarán diligentemente para sus amos y los amos responderán tratando a sus trabajadores con justicia.
Por lo tanto, podemos ver que obedecer el mandamiento de ser llenos del Espíritu no implica manifestaciones emocionales de éxtasis o encuentros místicos. Es el resultado de la lectura, la meditación y la sumisión a la Palabra de Cristo, permitiendo que las Escrituras se implanten en nuestros corazones y mentes. Dicho de otra manera, estamos llenos del Espíritu Santo cuando estamos llenos de la Palabra de Dios, la cual el Espíritu Santo inspiró y a la que le dio poder. Cuando ordenamos nuestros pensamientos según la enseñanza Bíblica, y aplicamos su verdad a nuestra vida cotidiana, nos ponemos cada vez más bajo el control del Espíritu.
ANDAR EN EL ESPÍRITU
El Nuevo Testamento describe la vida llena del Espíritu Santo mediante la analogía de caminar en el Espíritu. Pablo lo expresó de esta manera en Gálatas 5:25: «Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu». Así como caminar requiere dar un paso a la vez, ser llenos del Espíritu consiste en vivir bajo el control del Espíritu pensamiento a pensamiento, decisión a decisión. Los que están verdaderamente llenos del Espíritu, cada paso que dan por la senda verdadera, lo dan con el Espíritu.En Romanos 6:4 el apóstol señala que como creyentes, se nos ordena a caminar en novedad de vida, esto quiere decir: en pureza, en contentamiento, en fe, en buenas obras, en amor, en sabiduría, en la verdad. Ahora bien, para alcanzar estas cualidades que caracterizan la forma de caminar del creyente, primero tenemos que andar en el Espíritu. Él es el que produce los frutos de justicia en nosotros y a través de nosotros.
Tal como Pablo explicó: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis» (Gálatas 5:16–17). El concepto de andar se refiere al modo normal de conducirnos por la vida. Aquellos cuyas vidas se caracterizan por andar en la carne demuestran en su conducta y en su hablar las obras de la carne. Por el contrario, los que andan en el Espíritu dan evidencia de que se asemejan a Cristo.
Pedro reafirmó esta verdad con las siguientes palabras: «Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 Pedro 1:15–16; cp. Hebreos 12:14). De manera que será de profunda consideración para cada creyente, que mediante el poder del Espíritu Santo, «renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:12).
Por supuesto, esto no significa que los cristianos ya no lucharán más contra el pecado y la tentación. Todos los creyentes todavía batallamos contra la carne. La carne es el enemigo interno, el remanente del viejo hombre que pelea contra los deseos piadosos y justos (Romanos 7:23).
Pero, si el creyente aspira obtener la victoria sobre los deseos de su carne y crecer en santidad, deberá actuar en el poder del Espíritu. Como Pablo explica en Romanos 8:13–14: «Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios».
SER SEMEJANTES A LA IMAGEN DE CRISTO
Si queremos saber cómo es una vida llena del Espíritu, no necesitamos mirar más allá de nuestro Señor Jesucristo. Él se destaca como el principal ejemplo de alguien que actuó plena y perfectamente bajo el control del Espíritu. Durante el ministerio terrenal de Jesús, el Espíritu fue su compañero inseparable. En su encarnación, el Hijo de Dios se despojó voluntariamente, poniendo a un lado el uso independiente de sus atributos divinos (Filipenses 2:7–8). Él se hizo carne y se sometió por completo a la voluntad de su Padre y al poder del Espíritu Santo (cp. Juan 4:34).En todo momento, desde su nacimiento hasta su muerte, la vida de nuestro Señor estuvo bajo el poder del Espíritu Santo. Jesucristo fue perfectamente lleno del Espíritu Santo, actuando siempre bajo el control total del Espíritu. Su vida de obediencia absoluta y perfecta correspondencia a la voluntad del Padre, es un testimonio del hecho de que nunca hubo un tiempo en que no anduviera bajo el control del Espíritu. Por lo tanto, el Señor Jesús es el prototipo perfecto de lo que significa vivir una vida llena del Espíritu: en plena obediencia y en conformidad completa a la voluntad de Dios.
No debe sorprendernos entonces, que el Espíritu Santo trabaje activamente en los corazones de sus santos para hacerlos semejantes a la imagen de Jesucristo. Para el Espíritu es un gran deleite dar testimonio del Hijo de Dios (Juan 15:26). El Espíritu glorifica a Cristo, guiando a las personas hacia él (Juan 16:14) y estimulándola a someterse gozosamente a su señorío (1 Corintios 12:3).
Esto es lo que le interesa al Santo Espíritu, no golpear a las personas, lanzándolas por el suelo, haciendo cosas sin sentido y provocándoles una agitación emocional. El circo carismático de confusión no conforma a nadie a la imagen de Cristo, quien refleja a la perfección la imagen de su Padre, Colosenses 1:15. Por lo tanto, este es un modelo totalmente falso de la santificación.
Pablo profundizó sobre este aspecto del ministerio del Espíritu orientado a Cristo en 2 Corintios 3:18. Allí escribió: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor».
Cuando usted se mira en el espejo de la Palabra de Dios ¿Qué observa? ¿Observa la gloria de Cristo reflejada en usted?
CONCLUSIÓN
La santificación es la obra del Espíritu mediante la cual nos muestra a Cristo, por medio de su Palabra, y luego progresivamente nos moldea según esa misma imagen. De modo que, mediante el poder del Espíritu, contemplamos la gloria del Salvador y nos volvemos más y más como él. El Espíritu Santo no solo le presenta al Señor Jesucristo a los creyentes en el momento de su salvación, energizando su fe en el evangelio, sino que continúa revelándoles la gloria de Cristo al iluminar la Palabra de Dios en sus corazones. De este modo, hace que ellos crezcan progresivamente en la semejanza de Cristo durante toda la vida.En la Biblia queda claro que ser un cristiano «lleno del Espíritu» no tiene nada que ver con hablar galimatías sin sentido, caerse al suelo en un trance hipnótico, o cualquier otro encuentro místico de supuesto poder extático. Más bien, se relaciona con la sumisión de nuestros corazones y mentes a la Palabra de Cristo, andando en el Espíritu y creciendo día a día en amor por el Señor Jesús y en el servicio de todo su cuerpo, que es la iglesia.
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