"Deseables son
más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la
que destila del panal", Salmos 19:10.
Usted debería
valorar las Escrituras más que todos los tesoros de la tierra.
Cuenta la historia
que María I, (Greenwich, Inglaterra, 18 de febrero de 1516-Londres, 17 de
noviembre de 1558), fue reina de Inglaterra e Irlanda desde 1553, fue la hija
de Enrique VIII y Catalina de Aragón.
Fue la cuarta
monarca de la dinastía Tudor; recordada por abrogar las reformas religiosas
introducidas por su padre, Enrique VIII, y por someter de nuevo a Inglaterra a
la autoridad del papa, el 30 de noviembre de 1554, con el apoyo del cardenal
Reginald Pole. En dicho proceso, condenó a casi 300 religiosos disidentes a
morir en la hoguera en las Persecuciones Marianas, recibiendo por ello de la
historiografía protestante el apodo de María la Sanguinaria.
Las persecuciones
religiosas duraron casi cuatro años, en los que numerosos líderes protestantes
fueron ejecutados, otros tuvieron que exiliarse y cerca de 800 permanecieron en
el país. Entre los ejecutados se encontraba John Rogers (4 de febrero de 1555);
el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer; Nicholas Ridley, obispo de Londres
y el reformista Hugh Latimer. Aunque no existe unanimidad acerca del número de
condenados, John Foxe calcula en su Libro de los mártires que 284 personas
fueron ejecutadas por cuestiones de fe. La reina apareció de manera destacada y
vilipendiada en dicho libro, publicado en 1562, cuyas siguientes ediciones
gozaron de mucha popularidad entre los protestantes durante el siglo XIX.
Se han encontrado
ejemplares impresos de la Biblia, que se remonta a la Inglaterra de ese
período, con ciertas características como que las páginas de la tercera parte
superior del libro estaban cubiertas con una mancha oscura. Una detallada
observación evidencia que la mancha era la sangre de su propietario original.
La explicación a
este detalle es que cuando gobernaba Inglaterra María la Sanguinaria, se
aterrorizaba y asesinaba a tantos protestantes como se pudiera. Los soldados
ejecutaban a sus víctimas a través de algún medio sangriento, luego tomaban sus
Biblias y las sumergían en la sangre. Algunas de esas Biblias se han conservado
y son conocidas como las Biblias de los Mártires.
El Salmo 19:10
atrapa la noción de esos mártires, exaltando el valor inapreciable que tenían
por la Palabra de Dios. Así mismo, para David, las Escrituras eran más valiosas
que el oro fino y la miel pura. Meditar en la palabra de Dios significaba para
él más que las cosas más ricas y más dulces de la vida. Él conocía las
Escrituras por su capacidad para satisfacer todos los apetitos espirituales.
Tan preciosa, como
es la Palabra de Dios, que muchos cristianos la toman como fundamental y se
convierte en la complacencia de sus estudios; otros recorren largos períodos
sin obtener provecho de sus páginas.
Tal vez usted conoce
a alguien que está en esa situación. Si es así, pídale al Señor que le de
sabiduría a medida que lo vaya alentando hacia un mayor compromiso y fidelidad
a la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, tenga cuidado de no caer usted mismo en
la negligencia. El apóstol Pedro en 1 Pedro 2:1-2 nos exhorta a mantener un
corazón sensible al precioso regalo de la Palabra de Dios.
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