Muestra una perspectiva bíblica y relevante sobre diversos temas en la vida del cristiano, además de presentar mensajes que contienen puntos prácticos que se pueden aplicar en la vida cotidiana.

La mentira de amar al pecador, odiar el pecado

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Si un creyente peca contra ti, háblale en privado y hazle ver su falta. Si te escucha y confiesa el pecado, has recuperado a esa persona; pero si no te hace caso, toma a uno o dos más contigo y vuelve a hablarle, para que los dos o tres testigos puedan confirmar todo lo que digas. Si aun así la persona se niega a escuchar, lleva el caso ante la iglesia. Luego, si la persona no acepta la decisión de la iglesia, trata a esa persona como a un pagano o como a un corrupto cobrador de impuestos. Mateo 18:15-17.

Vivimos en una cultura rehabilitadora que parece empeñada en descomponer el pecado. Por ejemplo, el adulterio y todas las formas de inmoralidad han sido reclasificadas como adicciones sexuales. Las adicciones a las drogas y al alcohol ahora son clasificadas como una enfermedad crónica y recurrente del cerebro, no como el resultado de acciones deliberadas. Y las armas, ahora son consideradas como las mayores culpables, por encima de los asesinos que aprietan los gatillos. Cualquiera que sea el pecado, siempre parece haber una manera de excusar, redefinir o minimizarlo.

Esa determinación de separar a una persona de quien es y lo que hace, también se ha infiltrado en la iglesia. La exhortación a "amar al pecador y odiar el pecado" es un estereotipo Cristiano perverso, utilizado regularmente para desviar la responsabilidad y la rendición de cuentas del creyente por su pecado. Si bien es cierto que hay que amar a los pecadores y odiar el pecado, el estereotipo distorsiona esas verdades, dividiendo ambas de forma antibíblica.

De regreso del gnosticismo

Este tipo de dualismo era frecuente entre los herejes gnósticos del siglo I d.C. El error de los gnósticos era tan seductor que el apóstol Juan escribió su primera epístola como una respuesta directa a sus falsas enseñanzas. Examinemos las siguientes observaciones con respecto a la situación que enfrentaba la iglesia en 1 Juan:

El gnosticismo (del griego gnosis ["conocimiento"]) era una amalgama de varios sistemas de pensamientos paganos, judíos, y cuasi-cristianos. Bajo la influencia de la filosofía griega (especialmente la de Platón), el gnosticismo enseñaba que la materia era intrínsecamente mala y el espíritu era bueno. Ese dualismo filosófico condujo a los falsos maestros, que Juan enfrentó, a aceptar alguna forma de la deidad de Cristo, pero negar su humanidad. Cristo no podía, según ellos, haber adquirido un cuerpo físico, ya que la materia era mala.

Esta fue la utilización personal, de los puntos de vista dualistas de los gnósticos, que hacen eco hoy día en sus esfuerzos por separar al pecador de su pecado.

El dualismo filosófico de los gnósticos también causó que existiera indiferencia por los valores morales y el comportamiento ético. Para ellos, el cuerpo no era más que la prisión en la que fue encarcelado el espíritu. Por lo tanto, el pecado cometido en el cuerpo no tenía ninguna conexión ni efecto sobre el espíritu.

El estereotipo de amar al pecador y odiar el pecado sigue el mismo razonamiento dualista de las herejías gnósticas, haciéndonos creer que debemos divorciar al pecador de la culpabilidad y las consecuencias de su pecado.

Peor aún, se confunde y corrompe el concepto mismo de lo que significa amar a un pecador. El verdadero amor no exige deliberada ignorancia. En la práctica sería como ignorar la  aflicción de un paciente de cáncer y fingir que fue de repente libre de su enfermedad, con la esperanza de que desaparecerá por su propia cuenta.

Lo cierto es que lo más amoroso que puede hacer por los pecadores, no es ignorar, disculpar o encubrir su pecado, sino hacerle frente. En otras palabras, usted no está amando a un pecador si usted no confronta su pecado.

No dualismo - doble responsabilidad

Debo admitir que la forma de confrontar el pecado puede variar dependiendo de la naturaleza del pecado y de la condición espiritual del pecador. Es posible que debamos mostrar más ternura con un incrédulo cegado por su propia depravación que con un creyente, quien debería tener mayor conocimiento. Incluso dentro de la iglesia, tenemos que ser comedidos y considerados con la forma en que nos enfrentamos los unos a los otros, y aún así, lo suficientemente audaces y claros para preservar la pureza del cuerpo de Cristo.

La disciplina de la iglesia es una parte fundamental para proteger la pureza de la iglesia, Mateo 18:15-20. Una interpretación de este pasaje sería que:

Un cristiano que no esté profundamente preocupado por arrebatar del pecado a un hermano cristiano, necesita ayuda espiritual a sí mismo. Ni la vana indiferencia, por no hablar de justicia propia, ni el sentimentalismo o la cobardía que se esconden detrás de la falsa humildad, tienen parte en la vida de un cristiano espiritual. El cristiano espiritual ni condena, ni justifica a un hermano en pecado. Su preocupación debe ser por la santidad y la bendición del hermano ofensor, la pureza y la integridad de la iglesia, y el honor y la gloria de Dios.

A los ojos de gran parte del mundo e incluso a los ojos de muchos creyentes inmaduros, la acción de confrontar el pecado se considera falta de amor. Sin embargo, emprender el proceso y la disciplina de manera correcta, expresará la clase de amor más profundo, que el amor que se niega a no hacer nada por rescatar a un hermano del pecado no arrepentido y sus consecuencias. El amor que excusa el pecado o que está más preocupado por la calma superficial en la iglesia, que por su pureza espiritual no es la clase de amor de Dios. El amor que tolera el pecado no es amor en absoluto, sino sentimentalismo mundano y egoísta.

Predicar el amor, excluyendo la santidad de Dios es enseñar algo que no es el amor de Dios. El adormecimiento o insensibilidad de la iglesia siempre ha ocurrido, en ausencia de la fuerte predicación a la santidad de Dios y del llamado a los creyentes a abandonar el pecado y volver a las normas de pureza y rectitud del Señor. Ninguna iglesia que tolera el pecado manifiesto en su membresía tendrá un crecimiento espiritual o una evangelización eficaz. A pesar de esta verdad, la tolerancia es el patrón en la iglesia hoy en día, en todos los niveles. Mateo 16-23.

Algunas personas recurren al amor incondicional de Dios como si Su amor esta por encima, o invalida Sus otros atributos; más específicamente Su ira. Tal postura fomenta nada menos que una forma popular de idolatría.

La enseñanza y creencia en un Dios que es todo amor sin ira, toda gracia sin justicia, todo perdón sin condenación, es idolatría (adoración a un dios falso inventado por los hombres); e inevitablemente conduce al universalismo, que por supuesto, es lo que muchas iglesias liberales han estado predicando durante generaciones. La salvación pierde sentido, porque el pecado que Dios pasa por alto no necesita ser perdonado. El sacrificio de Cristo en la cruz se convierte en una farsa, porque Él dio su vida sin ningún propósito redentor. No sólo eso, sino que resulta imposible explicar y ponderar la pregunta común acerca de por qué un Dios amoroso permite el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la tragedia. La eliminación del odio santo de Dios por el pecado, mutila y dificulta el Evangelio más de lo que ayuda para la evangelización.

Debemos amar a los pecadores y debemos odiar el pecado sin hacer una división de estas dos verdades en categorías separadas. Nuestro odio al pecado debe manifestarse en un amor que advierta a los pecadores, compasivamente, pero que claramente manifieste las consecuencias nefastas que sus pecados demandan. A falta de eso, ¿cómo podemos afirmar que en verdad los amamos?

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