Cuál es el texto original de la Biblia
[right-side]
Dios ha movido a creyentes a la investigación de manuscritos que están en desacuerdo, en busca de establecer cuál forma de texto debería considerarse como la más cercana al Original. En algunos casos, las evidencias se hallarán tan justamente divididas, que resulta en extremo difícil decidir entre dos variantes. En otros casos, el investigador puede llegar a una decisión basada en razones más precisas que lo mueven a preferir o declinar una variante en favor de otra. Este artículo extraído del prólogo de la Biblia Textual tiene como objetivo dar una explicación a la problemática de las diferentes traducciones y versiones de la Biblia.
A continuación paso a transcribir el prólogo de la Biblia Textual:
La BIBLIA es más que un tesoro histórico o un clásico literario para ser preservado, admirado o aplaudido. Es algo más que un conjunto de documentos sobre cuya base puedan exaltarse talentos de hombres doctos. La BIBLIA es la más grande de todas las obras del Creador. Revela su mente, expresa su voluntad y manifiesta su poder mediante palabras que, entre otros muchos propósitos, tienen poder para quitar la muerte y sacar a luz la vida y la inmortalidad de quien lee con fe.
No suponga entonces el lector que tiene en sus manos un libro que el hombre hubiera podido escribir de haber querido. Su maravillosa unidad y continuidad, y sus predicciones cumplidas, evidencian el carácter trascendente y sobrenatural de la Obra. Sepa, por otra parte, que tampoco es un libro que el hombre hubiera querido escribir de haber podido, porque consistentemente habla en su contra y sin acepción de personas, testifica contra él, exhibiendo sus rebeliones, perversiones y fracasos.
Si con nuestra mente adulta, en cambio, creemos vivir en un planeta visitado por Dios hecho carne, entonces, las palabras que Él dice revisten una importancia tal, que al considerar el Precioso Texto, será imposible abstraernos de que el Libro nos confronta con asuntos que exceden los límites de nuestra habitación temporal.
Ante esta realidad, no quien pretenda, sino quien humildemente aspire a traducir al Autor Exacto, tiene que admitir ipso facto las limitaciones y la futilidad que representa el depender de humanas disciplinas, y reconocer que, así como ante el DIOS TODOPODEROSO no es posible acercarse con vanas repeticiones, tampoco ante su PALABRA es posible hacerlo con la locuacidad de un espíritu liberal, como si se tratara con prolegómenos y comentarios propios de diccionarios o enciclopedias. No; ante el Libro, uno se ha de acercar con espíritu contrito, corazón hecho alheña y postrada actitud; con fe sencilla y pies descalzos, limpios del mundanal lodo de las filosofías humanas, pues en este caso particular, no es el lector quien juzga al Libro, sino el Libro al lector.
Las Bases Textuales de la Biblia. La composición que hoy conocemos como La Biblia está conformada por 66 libros (39 del Antiguo Pacto y 27 del Nuevo Pacto) cuyo número fue reconocido por la Iglesia Primitiva para conformar el así llamado canon de la Escritura. Desde Job, su libro más antiguo (1900 a.C.), hasta el Apocalipsis (90 d.C.) los libros se escribieron en hebreo (con algunas palabras arameas) y griego koiné en un lapso de casi dos milenios. Fueron realizados en tres continentes: Asia (Menor), África y Europa, por no menos de 40 autores de distintos rangos sociales, oficios y profesiones, cuya mayoría no se conoció entre sí, aunque hablaron sobre temas de extraordinaria similitud, principalmente acerca de las cosas por venir. Cuando toda esta diversidad de personalidades, tiempo y espacio coinciden de manera tan exacta en el cumplimiento de sus aseveraciones, las cualidades que resaltan del Libro son su maravillosa unidad, autoridad y trascendencia.
Ahora bien, el lector ha de estar advertido que antes de traducir las palabras, frases y oraciones de la Escritura, el intérprete ha de interesarse por un problema precedente: ¿Cuál es el texto original del pasaje? Que tal pregunta debe ser hecha ¡y contestada! obedece a dos circunstancias: a) ningún manuscrito original de la Biblia existe hoy, y b) las copias existentes difieren una de otra. Al ser escritos en el frágil papiro, los originales pronto se destruyeron o extraviaron, y las copias manuscritas que existen exhiben múltiples diferencias. En el caso del Nuevo Pacto, los aproximadamente 5300 manuscritos existentes, presentan entre sí no menos de 250.000 variantes, que se acumularon durante los 14 siglos que duró el proceso de copiado manuscrito. Sin embargo, tanto en el caso del Antiguo Pacto como del Nuevo Pacto, los cambios introducidos, aunque numerosos y del interés más profundo, están muy lejos de afectar la estructura doctrinal de la Obra. Por otra parte, gracias a los hallazgos de la Arqueología Bíblica, juntamente con los esfuerzos de la Crítica Textual, se logró, desde mediados del siglo XIX hasta finales del siglo XX, la restauración de arquetipos muy cercanos a los Autógrafos.
Transmisión y Alteración Textual. La historia de los principales hechos que forjaron la alteración en manuscritos bíblicos puede resumirse así: En los primeros días de la Iglesia Cristiana, luego que una Epístola era enviada, o después que un Evangelio era escrito, se elaboraban copias a fin de extender su influencia y beneficios a otras congregaciones. Era, por tanto, inevitable que tales copias contuvieran un relativo número de diferencias en palabras con respecto a su original. La mayor parte de estas divergencias surgieron por causas accidentales, tales como confundir una letra o palabra con otra parecida. Si dos líneas paralelas de un manuscrito comenzaban o terminaban con el mismo grupo de letras, o si dos palabras similares se encontraban juntas en la misma línea, era fácil para el ojo del copista saltar del primer grupo de letras al segundo, y asimismo omitir una porción del texto. Inversamente, el escriba podría regresar del segundo al primer grupo de letras y, sin querer, copiar una o más palabras dos veces. Asimismo, letras que se pronunciaban de igual manera, podían llegar a ser confundidas por los escribas oyentes. Tales errores eran casi inevitables dondequiera que se copiaban a mano largos pasajes, habiendo más posibilidades de que ocurrieran si el escriba tenía vista u oído defectuoso, si era interrumpido en su labor, o si por causa de fatiga estaba menos atento. Otras divergencias surgieron de intentos deliberados por suavizar formas gramaticales toscas, o por tratar de eliminar partes que son real o aparentemente oscuras en el significado del texto. Algunas veces, un copista sustituía o añadía lo que le parecía ser una palabra o forma más apropiada, quizá derivada de un pasaje paralelo. De esta manera, durante los primeros años que siguieron a la conformación del Canon del Nuevo Pacto, surgieron centenares —si no millares— de las llamadas variantes textuales.
Tipos de Texto. Igualmente, durante los primeros años de expansión de la Iglesia Cristiana, se desarrollaron los llamados textos locales. A las nuevas congregaciones establecidas en grandes ciudades, tales como Alejandría, Antioquía, Constantinopla, Cartago o Roma, se les proveían copias de las Escrituras en el estilo que era corriente en esa región. Al hacer copias adicionales, el número de lecturas especiales e interpretaciones eran conservadas y hasta cierto punto aumentadas, de tal manera que un tipo de texto peculiar a su región llegó a crecer y establecerse. El tipo de texto Alejandrino, siendo el más antiguo, es usualmente considerado como el mejor y más fiel en la preservación del original. Sus características son la brevedad y la austeridad. Hasta muy recientemente, los dos principales testigos del tipo de texto Alejandrino eran el códice Vaticano y el códice Sinaítico, manuscritos en pergamino de mediados del siglo IV. Sin embargo, con la aparición de importantes papiros a mediados del siglo XX, ha sido posible inferir que el tipo de texto Alejandrino retrocede hasta principios del segundo siglo (125 d.C.). Otros tipos de texto son el Occidental, el Cesariense y el Bizantino. Este último es el más reciente de los tipos distintivos de texto del Nuevo Pacto. Lo caracteriza su esfuerzo por aparecer completo y explicativo. Los constructores de este tipo de texto intentaron, sin duda, pulir cualquier forma ruda del lenguaje, combinar dos o más lecturas discrepantes en una sola lectura expandida, y armonizar pasajes paralelos divergentes. Durante el período transcurrido entre el siglo VI hasta la invención de la imprenta en el siglo XV, el tipo de texto Bizantino fue el de mayor circulación, el más aceptado, y el reconocido como el texto autorizado por la Iglesia de Roma.
El Textus Receptus. Paradójicamente, el tipo de texto Bizantino fue también el que sirvió de base para las traducciones Protestantes del Nuevo Pacto. Esta base textual griega fue editada e impresa en 1517 por el famoso humanista Desiderio Erasmo de Rotterdam. Sus subsecuentes ediciones fueron ampliamente difundidas, y fue aceptado como el texto normativo para la Iglesia Protestante, el cual llegó a ser reconocido por el nombre latino de Textus Receptus. La obra de Erasmo sirvió como base textual de traducción a la mayoría de los idiomas vernáculos de Europa. Fue editada cinco veces, y más de treinta ediciones fueron realizadas sin autorización en Venecia, Estrasburgo, Basilea, París y otros lugares de Europa. Subsecuentes editores, a pesar de haber realizado un número considerable de alteraciones arbitrarias, reprodujeron vez tras vez esta adulterada forma de base textual griega, asegurándole una preeminencia tal, que hasta principios del siglo XX, llegó a aceptarse como texto normativo del Nuevo Pacto. Tan supersticiosa e inapropiada ha sido su inmerecida reverencia, que los intentos por criticarlo o enmendarlo son todavía considerados como un sacrilegio, todo esto a pesar de que su base textual es esencialmente un manojo (¡seis!) de manuscritos tardíos (¡siglo XII!) escogidos al azar y, por lo menos en una docena de pasajes, su lectura no está respaldada por ningún manuscrito griego conocido hasta el presente. Aun así, este Textus Receptus ha resistido durante casi 500 años (y aún resiste) en ser desplazado a favor de la verdadera Base Textual Griega, y hoy, encubierto bajo su nuevo nombre de Texto Mayoritario, trata de retomar su primacía, y sigue obstaculizando el camino de todo esfuerzo por restaurar la genuina Palabra de Dios.
Restauración Textual. Durante los siglos XVII y XVIII los eruditos recaudaron información de muchos manuscritos griegos, pero con la excepción de dos o tres editores que tímidamente se atrevieron a corregir algunos de los más vocingleros errores del Textus Receptus, esta degradada forma de texto continuó siendo reimpresa edición tras edición. No fue sino hasta la primera parte del siglo XIX, cuando a los eruditos bíblicos se les reconoció haberse apartado totalmente del Textus Receptus para demostrar, por comparación de manuscritos, cómo éstos se podían retrotraer hasta sus arquetipos perdidos e inferir así su condición y paginación.
Un profundo movimiento en pro de la restauración del Texto Sagrado dio comienzo en la primera mitad del siglo XIX, y mediante los esfuerzos de destacados críticos textuales, que por razones de oportunidad es imposible mencionar ahora, se extendió hasta nuestro tiempo. A partir de entonces se presentan ediciones de la Biblia en sus idiomas originales y se evalúan al mismo tiempo los grandes descubrimientos de la arqueología bíblica, en los cuales aparecieron documentos manuscritos mucho más antiguos de aquellos que conforman el tipo de texto Bizantino. Gracias a ello, ha sido posible editar el Texto Sagrado con palabras que se acercan hoy más que nunca a las del Original. Estas bases textuales de la Biblia vienen siendo plasmadas en las ediciones críticas de la Biblia Hebraica Stuttgartensia (Antiguo Pacto) y del Novum Testamentum Græce (Nuevo Pacto) sobre cuyo texto se basa principalmente esta obra. Pero aun así, no obstante la excelencia, erudición y noble propósito que guía a estas Ediciones, es importante destacar que el creciente número de sus revisiones denota un necesario proceso de perfeccionamiento que obviamente el Original no necesitaría.
Una Versión Perfectible. La inspiración verbal y plenaria de la Escritura recayó exclusivamente sobre los Autógrafos Sagrados, su infalibilidad se limita por tanto al Texto Original, y nunca benefició al copiado manuscrito, aunque este fuera en los idiomas originales de la Biblia. Si esto es así, mucho menos entonces puede beneficiar a las traducciones que de ellas se derivan, y así, la sola consideración de una versión perfecta es imposible. Nuestro intenso (y extenso) contacto con las labores de traducción, nos ha demostrado durante los 30 años que la obra nos ha durado entre las manos, que es más el resultado de transpiración que el de inspiración. Las Versiones, por excelentes que pretendan ser, no constituyen más que un esfuerzo humano, personal o colegiado, por presentar en idioma vernáculo la infalible Palabra de Dios. Ante esta realidad, surge la propuesta feliz de una versión perfectible, que siguiendo los pasos humildes de la Crítica Textual, acepta las limitaciones impuestas por las circunstancias, y mediante sus ediciones críticas manifiesta su aspiración hacia una versión perfecta.
Traducción Contextual. El esfuerzo por realizar una versión bajo la disciplina de traducción contextual procura presentar al lector una versión comprensible de lo que sin duda es la obra literaria más compleja del Universo. La exposición detallada de los postulados de la traducción Contextual son extensos y no es posible citarlos aquí. El lector puede referirse en cada caso a las notas a pie de página o a la sección de Pasajes Especiales §148. No obstante, resumimos ahora el concepto diciendo que:
Por traducción contextual se define inicialmente una disciplina que (a) enmarcada en las reglas que controlan la gramática general del lenguaje, pero (b) sin perjuicio de la coordinación y subordinación gramatical registradas en el Texto Sagrado, (c) trasmita toda la intención, fuerza y lucidez del Original, (d) defienda su brevedad y simplicidad, (e) preservando su pureza y (f) respetando sus asimetrías, asperezas gramaticales y redundancias, (g) valore la riqueza de estilo literario lograda a través del tiempo, y los beneficios que de allí se derivan al retardar los cambios que corrompen el lenguaje; y finalmente (h) refleje de manera consistente las conclusiones que por la sana exégesis y trazo contextual (cercano o remoto), surgen de la analogía y armonía espiritual latentes en toda la Escritura.
Dios ha movido a creyentes a la investigación de manuscritos que están en desacuerdo, en busca de establecer cuál forma de texto debería considerarse como la más cercana al Original. En algunos casos, las evidencias se hallarán tan justamente divididas, que resulta en extremo difícil decidir entre dos variantes. En otros casos, el investigador puede llegar a una decisión basada en razones más precisas que lo mueven a preferir o declinar una variante en favor de otra. Este artículo extraído del prólogo de la Biblia Textual tiene como objetivo dar una explicación a la problemática de las diferentes traducciones y versiones de la Biblia.
A continuación paso a transcribir el prólogo de la Biblia Textual:
La BIBLIA es más que un tesoro histórico o un clásico literario para ser preservado, admirado o aplaudido. Es algo más que un conjunto de documentos sobre cuya base puedan exaltarse talentos de hombres doctos. La BIBLIA es la más grande de todas las obras del Creador. Revela su mente, expresa su voluntad y manifiesta su poder mediante palabras que, entre otros muchos propósitos, tienen poder para quitar la muerte y sacar a luz la vida y la inmortalidad de quien lee con fe.
No suponga entonces el lector que tiene en sus manos un libro que el hombre hubiera podido escribir de haber querido. Su maravillosa unidad y continuidad, y sus predicciones cumplidas, evidencian el carácter trascendente y sobrenatural de la Obra. Sepa, por otra parte, que tampoco es un libro que el hombre hubiera querido escribir de haber podido, porque consistentemente habla en su contra y sin acepción de personas, testifica contra él, exhibiendo sus rebeliones, perversiones y fracasos.
Si con nuestra mente adulta, en cambio, creemos vivir en un planeta visitado por Dios hecho carne, entonces, las palabras que Él dice revisten una importancia tal, que al considerar el Precioso Texto, será imposible abstraernos de que el Libro nos confronta con asuntos que exceden los límites de nuestra habitación temporal.
Ante esta realidad, no quien pretenda, sino quien humildemente aspire a traducir al Autor Exacto, tiene que admitir ipso facto las limitaciones y la futilidad que representa el depender de humanas disciplinas, y reconocer que, así como ante el DIOS TODOPODEROSO no es posible acercarse con vanas repeticiones, tampoco ante su PALABRA es posible hacerlo con la locuacidad de un espíritu liberal, como si se tratara con prolegómenos y comentarios propios de diccionarios o enciclopedias. No; ante el Libro, uno se ha de acercar con espíritu contrito, corazón hecho alheña y postrada actitud; con fe sencilla y pies descalzos, limpios del mundanal lodo de las filosofías humanas, pues en este caso particular, no es el lector quien juzga al Libro, sino el Libro al lector.
Las Bases Textuales de la Biblia. La composición que hoy conocemos como La Biblia está conformada por 66 libros (39 del Antiguo Pacto y 27 del Nuevo Pacto) cuyo número fue reconocido por la Iglesia Primitiva para conformar el así llamado canon de la Escritura. Desde Job, su libro más antiguo (1900 a.C.), hasta el Apocalipsis (90 d.C.) los libros se escribieron en hebreo (con algunas palabras arameas) y griego koiné en un lapso de casi dos milenios. Fueron realizados en tres continentes: Asia (Menor), África y Europa, por no menos de 40 autores de distintos rangos sociales, oficios y profesiones, cuya mayoría no se conoció entre sí, aunque hablaron sobre temas de extraordinaria similitud, principalmente acerca de las cosas por venir. Cuando toda esta diversidad de personalidades, tiempo y espacio coinciden de manera tan exacta en el cumplimiento de sus aseveraciones, las cualidades que resaltan del Libro son su maravillosa unidad, autoridad y trascendencia.
Ahora bien, el lector ha de estar advertido que antes de traducir las palabras, frases y oraciones de la Escritura, el intérprete ha de interesarse por un problema precedente: ¿Cuál es el texto original del pasaje? Que tal pregunta debe ser hecha ¡y contestada! obedece a dos circunstancias: a) ningún manuscrito original de la Biblia existe hoy, y b) las copias existentes difieren una de otra. Al ser escritos en el frágil papiro, los originales pronto se destruyeron o extraviaron, y las copias manuscritas que existen exhiben múltiples diferencias. En el caso del Nuevo Pacto, los aproximadamente 5300 manuscritos existentes, presentan entre sí no menos de 250.000 variantes, que se acumularon durante los 14 siglos que duró el proceso de copiado manuscrito. Sin embargo, tanto en el caso del Antiguo Pacto como del Nuevo Pacto, los cambios introducidos, aunque numerosos y del interés más profundo, están muy lejos de afectar la estructura doctrinal de la Obra. Por otra parte, gracias a los hallazgos de la Arqueología Bíblica, juntamente con los esfuerzos de la Crítica Textual, se logró, desde mediados del siglo XIX hasta finales del siglo XX, la restauración de arquetipos muy cercanos a los Autógrafos.
Transmisión y Alteración Textual. La historia de los principales hechos que forjaron la alteración en manuscritos bíblicos puede resumirse así: En los primeros días de la Iglesia Cristiana, luego que una Epístola era enviada, o después que un Evangelio era escrito, se elaboraban copias a fin de extender su influencia y beneficios a otras congregaciones. Era, por tanto, inevitable que tales copias contuvieran un relativo número de diferencias en palabras con respecto a su original. La mayor parte de estas divergencias surgieron por causas accidentales, tales como confundir una letra o palabra con otra parecida. Si dos líneas paralelas de un manuscrito comenzaban o terminaban con el mismo grupo de letras, o si dos palabras similares se encontraban juntas en la misma línea, era fácil para el ojo del copista saltar del primer grupo de letras al segundo, y asimismo omitir una porción del texto. Inversamente, el escriba podría regresar del segundo al primer grupo de letras y, sin querer, copiar una o más palabras dos veces. Asimismo, letras que se pronunciaban de igual manera, podían llegar a ser confundidas por los escribas oyentes. Tales errores eran casi inevitables dondequiera que se copiaban a mano largos pasajes, habiendo más posibilidades de que ocurrieran si el escriba tenía vista u oído defectuoso, si era interrumpido en su labor, o si por causa de fatiga estaba menos atento. Otras divergencias surgieron de intentos deliberados por suavizar formas gramaticales toscas, o por tratar de eliminar partes que son real o aparentemente oscuras en el significado del texto. Algunas veces, un copista sustituía o añadía lo que le parecía ser una palabra o forma más apropiada, quizá derivada de un pasaje paralelo. De esta manera, durante los primeros años que siguieron a la conformación del Canon del Nuevo Pacto, surgieron centenares —si no millares— de las llamadas variantes textuales.
Tipos de Texto. Igualmente, durante los primeros años de expansión de la Iglesia Cristiana, se desarrollaron los llamados textos locales. A las nuevas congregaciones establecidas en grandes ciudades, tales como Alejandría, Antioquía, Constantinopla, Cartago o Roma, se les proveían copias de las Escrituras en el estilo que era corriente en esa región. Al hacer copias adicionales, el número de lecturas especiales e interpretaciones eran conservadas y hasta cierto punto aumentadas, de tal manera que un tipo de texto peculiar a su región llegó a crecer y establecerse. El tipo de texto Alejandrino, siendo el más antiguo, es usualmente considerado como el mejor y más fiel en la preservación del original. Sus características son la brevedad y la austeridad. Hasta muy recientemente, los dos principales testigos del tipo de texto Alejandrino eran el códice Vaticano y el códice Sinaítico, manuscritos en pergamino de mediados del siglo IV. Sin embargo, con la aparición de importantes papiros a mediados del siglo XX, ha sido posible inferir que el tipo de texto Alejandrino retrocede hasta principios del segundo siglo (125 d.C.). Otros tipos de texto son el Occidental, el Cesariense y el Bizantino. Este último es el más reciente de los tipos distintivos de texto del Nuevo Pacto. Lo caracteriza su esfuerzo por aparecer completo y explicativo. Los constructores de este tipo de texto intentaron, sin duda, pulir cualquier forma ruda del lenguaje, combinar dos o más lecturas discrepantes en una sola lectura expandida, y armonizar pasajes paralelos divergentes. Durante el período transcurrido entre el siglo VI hasta la invención de la imprenta en el siglo XV, el tipo de texto Bizantino fue el de mayor circulación, el más aceptado, y el reconocido como el texto autorizado por la Iglesia de Roma.
El Textus Receptus. Paradójicamente, el tipo de texto Bizantino fue también el que sirvió de base para las traducciones Protestantes del Nuevo Pacto. Esta base textual griega fue editada e impresa en 1517 por el famoso humanista Desiderio Erasmo de Rotterdam. Sus subsecuentes ediciones fueron ampliamente difundidas, y fue aceptado como el texto normativo para la Iglesia Protestante, el cual llegó a ser reconocido por el nombre latino de Textus Receptus. La obra de Erasmo sirvió como base textual de traducción a la mayoría de los idiomas vernáculos de Europa. Fue editada cinco veces, y más de treinta ediciones fueron realizadas sin autorización en Venecia, Estrasburgo, Basilea, París y otros lugares de Europa. Subsecuentes editores, a pesar de haber realizado un número considerable de alteraciones arbitrarias, reprodujeron vez tras vez esta adulterada forma de base textual griega, asegurándole una preeminencia tal, que hasta principios del siglo XX, llegó a aceptarse como texto normativo del Nuevo Pacto. Tan supersticiosa e inapropiada ha sido su inmerecida reverencia, que los intentos por criticarlo o enmendarlo son todavía considerados como un sacrilegio, todo esto a pesar de que su base textual es esencialmente un manojo (¡seis!) de manuscritos tardíos (¡siglo XII!) escogidos al azar y, por lo menos en una docena de pasajes, su lectura no está respaldada por ningún manuscrito griego conocido hasta el presente. Aun así, este Textus Receptus ha resistido durante casi 500 años (y aún resiste) en ser desplazado a favor de la verdadera Base Textual Griega, y hoy, encubierto bajo su nuevo nombre de Texto Mayoritario, trata de retomar su primacía, y sigue obstaculizando el camino de todo esfuerzo por restaurar la genuina Palabra de Dios.
Restauración Textual. Durante los siglos XVII y XVIII los eruditos recaudaron información de muchos manuscritos griegos, pero con la excepción de dos o tres editores que tímidamente se atrevieron a corregir algunos de los más vocingleros errores del Textus Receptus, esta degradada forma de texto continuó siendo reimpresa edición tras edición. No fue sino hasta la primera parte del siglo XIX, cuando a los eruditos bíblicos se les reconoció haberse apartado totalmente del Textus Receptus para demostrar, por comparación de manuscritos, cómo éstos se podían retrotraer hasta sus arquetipos perdidos e inferir así su condición y paginación.
Un profundo movimiento en pro de la restauración del Texto Sagrado dio comienzo en la primera mitad del siglo XIX, y mediante los esfuerzos de destacados críticos textuales, que por razones de oportunidad es imposible mencionar ahora, se extendió hasta nuestro tiempo. A partir de entonces se presentan ediciones de la Biblia en sus idiomas originales y se evalúan al mismo tiempo los grandes descubrimientos de la arqueología bíblica, en los cuales aparecieron documentos manuscritos mucho más antiguos de aquellos que conforman el tipo de texto Bizantino. Gracias a ello, ha sido posible editar el Texto Sagrado con palabras que se acercan hoy más que nunca a las del Original. Estas bases textuales de la Biblia vienen siendo plasmadas en las ediciones críticas de la Biblia Hebraica Stuttgartensia (Antiguo Pacto) y del Novum Testamentum Græce (Nuevo Pacto) sobre cuyo texto se basa principalmente esta obra. Pero aun así, no obstante la excelencia, erudición y noble propósito que guía a estas Ediciones, es importante destacar que el creciente número de sus revisiones denota un necesario proceso de perfeccionamiento que obviamente el Original no necesitaría.
Una Versión Perfectible. La inspiración verbal y plenaria de la Escritura recayó exclusivamente sobre los Autógrafos Sagrados, su infalibilidad se limita por tanto al Texto Original, y nunca benefició al copiado manuscrito, aunque este fuera en los idiomas originales de la Biblia. Si esto es así, mucho menos entonces puede beneficiar a las traducciones que de ellas se derivan, y así, la sola consideración de una versión perfecta es imposible. Nuestro intenso (y extenso) contacto con las labores de traducción, nos ha demostrado durante los 30 años que la obra nos ha durado entre las manos, que es más el resultado de transpiración que el de inspiración. Las Versiones, por excelentes que pretendan ser, no constituyen más que un esfuerzo humano, personal o colegiado, por presentar en idioma vernáculo la infalible Palabra de Dios. Ante esta realidad, surge la propuesta feliz de una versión perfectible, que siguiendo los pasos humildes de la Crítica Textual, acepta las limitaciones impuestas por las circunstancias, y mediante sus ediciones críticas manifiesta su aspiración hacia una versión perfecta.
Traducción Contextual. El esfuerzo por realizar una versión bajo la disciplina de traducción contextual procura presentar al lector una versión comprensible de lo que sin duda es la obra literaria más compleja del Universo. La exposición detallada de los postulados de la traducción Contextual son extensos y no es posible citarlos aquí. El lector puede referirse en cada caso a las notas a pie de página o a la sección de Pasajes Especiales §148. No obstante, resumimos ahora el concepto diciendo que:
Por traducción contextual se define inicialmente una disciplina que (a) enmarcada en las reglas que controlan la gramática general del lenguaje, pero (b) sin perjuicio de la coordinación y subordinación gramatical registradas en el Texto Sagrado, (c) trasmita toda la intención, fuerza y lucidez del Original, (d) defienda su brevedad y simplicidad, (e) preservando su pureza y (f) respetando sus asimetrías, asperezas gramaticales y redundancias, (g) valore la riqueza de estilo literario lograda a través del tiempo, y los beneficios que de allí se derivan al retardar los cambios que corrompen el lenguaje; y finalmente (h) refleje de manera consistente las conclusiones que por la sana exégesis y trazo contextual (cercano o remoto), surgen de la analogía y armonía espiritual latentes en toda la Escritura.