Mary Ann Baker, tenía una historia incubándose muy dentro de ella, mientras se esforzaba emocional y espiritualmente. “Dios no se preocupa por mí. Esta particular manifestación de lo que llaman 'Providencia divina' es indigna de un Dios de amor”, llegó a decir Mary. “Siempre he tratado de creer en Cristo y me he consagrado a Él, pero esto es más de lo que puedo soportar". "¿Qué he hecho para merecer esto? o ¿qué he dejado de hacer para que Dios descargue su venganza sobre mí de esta manera? ¿Por qué ha sucedido esta tragedia? ¿Cómo puede un Dios de amor permitir estas cosas? ¡No es justo! ¿Por qué debo sentirme de esta manera?"
Estos fueron los gritos de sentimientos, que habríamos escuchado el año 1874 como consecuencia de su angustia. Probablemente toda esta escena no es desconocida para usted, si ya usted ha perdido a alguien cuya vida se supone no debía terminar. Si, esto es así, ¿quiénes no han pasado por esto? A continuación, relato la historia de Mary Ann Baker y cómo se enfrentó a este duro golpe, a esta tormenta.
Mary Ann Baker vivía en la ciudad de Chicago, Illinois. Había crecido y vivido en esta ciudad, entregada al movimiento de prohibición del alcohol. De manera que podríamos decir que ella calificaba para una vida de pureza; trataba de vivir una "vida correcta", colocando a Dios en lo alto de su lista personal de tareas pendientes. Su hermano, que vivía con ella, enfermó de pronto de la misma enfermedad respiratoria de la que habían muerto sus padres. Para ayudar a su tratamiento, se mudaron al sur de los Estados Unidos, buscando un clima más benévolo. Todo parecía ir mejorando, pero cuando ella enfermó y no pudo estar con su hermano, la salud de este se tornó crítica; sorpresivamente, el joven empeoró y murió. Mary Ann tenía 42 años cuando sufrió la pérdida de su hermano, su único hermano. Aunado a esta tragedia, su estado económico no le permitió siquiera reclamar el cuerpo de su hermano.
Uno puede entonces imaginar su corazón en busca de significado. Su querido hermano, un hombre que sentía era precioso y único en su carácter y potencial, se había ido. Fue entonces cuando se rebeló en espíritu, negando que el Dios que había obedecido desde niña fuera compasivo. Pero, en ese período de angustia, ella dice que Él respondió, convirtiéndose en el Dios de paz. El Dios de vida y amor comenzó a calmar las aguas turbulentas del corazón de esta dulce mujer. La fe no solo volvió, sino que floreció, dándole a conocer cosas “demasiado maravillosas” que no podría haber aprendido de otra manera.
En su recuperación, Mary Ann Baker recuerda que su colaborador, Horacio Palmer, le pidió que
compusiera las palabras de canciones que abordaran el tema de "Cristo calmando la tempestad", lo cual era el tema de las lecciones que se estaban enseñando en la escuela dominical de la iglesia. El resto, como ellos dicen, es historia. Su aflicción personal, una tempestad, tenía significado después de todo. De hecho, esta aflicción añadió profundidad y pureza de su fe, según ella misma declarara.
Mary Ann Baker, debe haber atravesado por etapas en su tormenta, según las tres estrofas que escribió para sus hermanos en la fe. Seguramente las estrofas de este himno son palabras para otros hermanos que también quieren respuestas, pero no tienen a quien acudir.
La primera estrofa de Mary Ann Baker nos dice que es normal cuestionar a Cristo, para recordarnos que tenemos la tendencia a dudar cuando estamos siendo sacudidos por eventos que nos abofetean con severidad. Es notorio que eso es lo que necesitamos verdaderamente, para aferrarnos de la mano de nuestro Dios con más fuerza. La segunda estrofa nos dice que podríamos ceder y hundirnos profundamente, pero incluso entonces no sería demasiado tarde para clamar a Él. Sin embargo la tercera estrofa nos dice que la resistencia (paciencia) será recompensada.
Reflexionando sobre la historia de esta mujer.
Me alegra que ella utilizara el conocido pasaje de los Apóstoles, los más cercanos al Maestro, en el Mar de Galilea para comunicarnos cómo una tormenta podría tomarnos desprevenidos.
Al norte de Jerusalén, como a ciento treinta kilómetros más o menos se encuentra un hermoso lago conocido anteriormente en los tiempos bíblicos como el Mar de Genesaret o Lago de Genesaret, mejor conocido en nuestros días como el Mar de Galilea. Es un lago de agua dulce en su interior, de poco más de veinte kilómetros de largo y doce kilómetros de ancho. El río Jordán fluye a través de él, de norte a sur, en su viaje hacia el Mar Muerto.
Este fue el lago que Jesús conoció cuando niño y adulto. Fue a este lago y a los montes vecinos de Galilea que Jesús volvió tan a menudo durante esos exigentes años de su ministerio público.
En cierto viaje a Galilea, el Salvador enseñó a la multitud agolpada cerca de la orilla del agua. Con la gente presionando cada vez más, Jesús buscó una mejor ubicación para impartir la enseñanza, entrando en un barco y alejándose unos cuantos metros de la orilla del mar. Allí, a poca distancia de la ansiosa multitud, podía ser visto y oído por aquellos que se esforzaban por ver y oír al Maestro.
Después de su discurso, Cristo pidió a sus discípulos cruzar al otro lado del lago. El Mar de Galilea es bastante bajo, se encuentra alrededor de 200 metros por debajo del nivel del mar, y es muy caluroso. Las colinas que rodean el lago se levantan imponentes a una altura considerable. El aire frío que baja de las montañas se encuentra con el aire caliente que sube desde el lago; de modo que temporalmente pueden ocurrir tormentas repentinas y violentas en la superficie de esa depresión geográfica. Fue en una de estas tormentas en la que Jesús y sus discípulos se encontraron mientras cruzaban el lago al anochecer. Es de la siguiente manera como Marcos lo describe:
“Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas.
Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”, Marcos 4:36–41.
Ninguno de nosotros se sentiría a gusto pensando o sabiendo que es un creyente de poca fe. Supongo entonces que esta suave reprensión del Señor aquí, era parte del aprendizaje. Este gran Dios, Jesucristo Dios, en el cual decimos confiar y en cuyo nombre hemos sido adoptados como hijos, es el mismo que dijo: "Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas", Génesis 1:6. También es el que dijo: "Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así", Génesis 1:9. Además, fue él quien abrió el Mar Rojo, lo que permitió a los israelitas pasar por tierra seca. (Éxodo 14:21-22). Entonces no debió ser una sorpresa que Él ordenara a algunos elementos de la naturaleza, que estaban actuando sobre el Mar de Galilea, reprender y callar. Nuestra fe nos debe recordar que Él puede calmar las aguas turbulentas de nuestras vidas.
Todos nosotros hemos visto algunas tormentas repentinas en nuestras vidas. Algunas de ellas, aunque temporales, como estas del mar de Galilea, pueden ser violentas, aterradoras y potencialmente destructivas. Algunas de ellas pueden incluso deformar nuestra fe en el Dios de amor. Bien sea como individuos, como familias, como iglesia, se nos han presentado tormentas repentinas que han hecho que nos preguntemos de una u otra manera, "Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?" Y de una manera u otra, después de la tormenta, siempre escuchamos la voz de su Espíritu decir: "¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?"
Jesús dijo: " Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo", Juan 16:33. En la misma ocasión, dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo", Juan 14:27. A lo largo de su vida y ministerio Jesús habló de la paz, y cuando Él salió de la tumba y apareció a sus discípulos, su primer saludo fue: "paz a vosotros", (Juan 20:19).
Pero observe este detalle. Jesús no se escapó de la pena, el dolor, la angustia y los embates. No hay lenguaje que pueda explicar la carga indescriptible que llevaba, ni tenemos la suficiente sabiduría como para entender las palabras del profeta Isaías cuando escribió de Él como: "varón de dolores", Isaías 53:3. La mayor parte de Su vida fue constantemente abatida por las tempestades. Y desde el punto de vista humano, se estrelló fatalmente en la costa rocosa del Getsemaní. Si algo debemos aprender como creyentes es: no contemplemos nuestro transitar por esta vida con los ojos mortales. Por medio de nuestra vista espiritual, sabemos y entendemos que lo ocurrido en la cruz del Calvario fue algo bastante diferente.
La paz estaba en los labios y el corazón de nuestro Salvador no importa cuán fuertemente la tempestad rugiera. Puede ser lo mismo para nosotros, en nuestro corazón, en nuestro hogar, incluso con los golpes que enfrentamos de vez en cuando en la Iglesia. No debemos esperar que la vida pase frente a nosotros sin ninguna oposición.
"Ya sea el furor del mar agitado por la tormenta, demonios, hombres o lo que sea, nada podrá inundar de agua la barca (nuestra vida) donde se encuentra el Dios del océano, la tierra y el cielo. Todos ellos deben obedecer mansamente Su voluntad. Amén.
La letra del himno
MAESTRO SE ENCRESPAN LAS AGUAS
Maestro, se encrespan las aguas, y ruge la tempestad,los grandes abismos del cielo se llenan de obscuridad.¿No ves que aquí perecemos? ¿puedes dormir así,cuando el mar agitado nos abre profundo sepulcro aquí?
CORO:Los vientos, las ondas oirán tu voz, "¡sea la paz!:Calmas las iras del negro mar,las luchas del alma las haces cesar,y así la barquilla do va el Señorhundirse no puede en el mar traidor.Doquier se cumple su voluntad:"¡Sea la paz! ¡sea la paz!"tu voz resuena en la inmensidad: "¡Sea la paz!"
Maestro, mi ser angustiado te busca con ansiedad,
de mi alma en los antros profundos se libra cruel tempestad;
pasa el pecado a torrentes sobre mi frágil ser,
y perezco, perezco, Maestro, ¡oh, quiéreme socorrer!
Maestro, pasó la tormenta, los vientos no rugen ya,
y sobre el cristal de las aguas el sol resplandecerá.
Maestro, prolonga esta calma, no me abandones más:
Cruzaré los abismos contigo, gozando bendita paz.
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