Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 2 Corintios 3:17-18.
INTRODUCCIÓN
Desde la invención de las monedas griegas alrededor del 600 A.C. hasta la introducción del papel moneda en la China del siglo XIII, la falsificación siempre ha sido considerada un delito grave. Históricamente, a menudo se castigaba con la muerte. Ese nivel de sanción puede parecer duro a nuestros oídos modernos, pero el delito de falsificación era severamente castigado por dos razones principales.- La ley lo consideraba una amenaza a la estabilidad económica del estado y al bienestar de los ciudadanos.
- En algunos países la emisión de moneda se consideraba un derecho que solo pertenecía al rey.
Sin embargo, ¿qué sucede con los que falsifican la obra de Dios? La tercera persona de la Trinidad ha sido completamente tergiversada, insultada y agraviada por falsos movimientos que se propagan en su nombre. Operando bajo falsos argumentos y maniobrando mediante falsas profecías, los movimientos carismáticos y pentecostalistas inundan más y más los círculos cristianos, dejando una estela de error doctrinal y ruina espiritual a su paso.
El delito de falsificación de dinero es una pequeñez en comparación con el acto traicionero de la falsificación del ministerio del Espíritu Santo. Si la impresión de moneda falsa es una amenaza para la sociedad y los gobiernos, la predicación de un evangelio falso, la promoción de experiencias religiosas fraudulentas, representa un peligro mucho mayor, un delito mucho más grave contra el mismísimo Rey de reyes.
Teniendo en cuenta la gravedad de esos delitos, los creyentes deben estar preparados para identificar, advertir y diferenciar lo santo de lo profano. Y la única manera de estar preparados para identificar y refutar el error es conocer la verdad, es estar íntimamente familiarizado con lo que es auténtico y genuino, en comparación con los falsos avivamientos y las imitaciones espirituales.
La correcta comprensión acerca del Trino Dios es fundamental para consolidar lo que creemos acerca del Espíritu Santo. Pensar correctamente sobre la persona del Espíritu Santo y su obra es esencial para la adoración, para la doctrina y para la correcta aplicación de la teología en la conducta diaria.
¿Qué es lo que el Espíritu Santo está haciendo en el mundo hoy día? Hay una tarea que la iglesia de Cristo necesita emprender con urgencia y es volver a descubrir a la persona y la obra del Espíritu Santo. Estudiemos más sobre en el auténtico ministerio del Espíritu Santo.
Hoy vamos a considerar solo seis aspectos de la obra del Espíritu en la salvación, desde su obra de convicción al llamar a los pecadores para ser salvos hasta su obra de sellado al asegurar a los creyentes para la gloria eterna.
1° EL ESPÍRITU SANTO CONVENCE DE PECADO A LOS INCONVERSOS
Juan 16:7-11: «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado».Cuando se anuncia el mensaje del evangelio mediante la predicación, los inconversos en el mundo se enfrentan a la realidad de su pecado y las consecuencias de su incredulidad.
Para los que rechazan el evangelio, la obra del Espíritu Santo podría compararse con la actividad de un fiscal. Él los condena en el sentido de que son declarados culpables ante Dios. “…pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”, Juan 3:18. La obra de convicción del Espíritu no consiste en hacer que los incrédulos contumaces pecadores se sientan mal, sino en pronunciar un veredicto legal en contra de ellos.
Sin embargo, para aquellos a quienes el Espíritu atrae al Salvador, su obra de convicción es absoluta; el Espíritu Santo estimula sus conciencias y penetra hasta lo más íntimo. Por lo tanto, para los elegidos, esta obra de convicción es el principio de la salvación de Dios, lo que conocemos como el llamamiento eficaz.
Según las palabras de nuestro Señor, el ministerio de convicción del Espíritu Santo abarca tres áreas.
En primer lugar, convence a los no redimidos de sus pecados. El Espíritu Santo, les muestra la realidad de su miserable condición delante de Dios; persuade a los pecadores de su falta de fe en el evangelio. La respuesta natural de los hombres y mujeres caídos es rechazar a la persona y la obra del Señor Jesucristo. Sin embargo, el Espíritu enfrenta la incredulidad del corazón duro del mundo.
En segundo lugar, convence a los incrédulos de justicia. El Espíritu Santo los confronta con la verdad de la perfecta justicia de Jesucristo. El hombre a sí mismo se exhibe como justo e ignora cualquier evidencia de culpa. El Espíritu Santo derriba la fachada de justicia propia, y lo conduce a considerar la justicia infalible de Jesucristo, el Cordero de Dios sin mancha.
En tercer lugar, convence a los pecadores del justo juicio divino. Así como Satanás está condenado a la ruina eterna después de haber sido derrotado en la cruz, del mismo modo también todos los que forman parte del dominio de Satanás están bajo el juicio de Dios. La persona que pisotea la sangre de Cristo haciendo caso omiso a la oferta del evangelio, «afrenta al Espíritu de gracia», y le aguarda un implacable castigo (cp. Hebreos 10:29-31).
Nadie será atraído nunca a la salvación en Cristo con la mera predicación; primero el Espíritu tiene que obrar de manera sobrenatural a fin de abrir el corazón del pecador para recibir el mensaje. Al proclamar la verdad de las Escrituras, el Espíritu de Dios la usa para penetrar los corazones de los no redimidos, convenciéndolos de la verdad y convirtiéndolos de hijos de ira en hijos de Dios (Hebreos 4:12; 1 Juan 5:6).
2° EL ESPÍRITU SANTO REGENERA LOS CORAZONES PECAMINOSOS
Tito 3.4–7: «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna».El llamamiento eficaz de los elegidos comienza con la obra de convicción del Espíritu. Sin embargo, no se detiene allí. El corazón del no creyente debe tomar vida, ser transformado, purificado y renovado (Efesios 2:4). Y esta es la obra del Espíritu Santo, él regenera a los pecadores de modo que los que antes eran miserables renazcan como nuevas criaturas en Cristo.
En Juan 3, el Señor Jesús explicó esta labor del Espíritu Santo a Nicodemo cuando le dijo que tenía que nacer de nuevo. Confundido por las complicidades de esa verdad, Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» (v. 4). Jesús le respondió con estas palabras: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (vv. 5–8).
Las palabras del Señor ponen de manifiesto que la obra de regeneración es potestad soberana del Espíritu Santo. En la esfera humana, los bebés no se conciben a sí mismos. Del mismo modo, en el ámbito espiritual, no es iniciativa de los pecadores nacer de nuevo, ni tampoco pueden lograrlo por ellos mismos. La regeneración es la obra completa del Espíritu.
3° EL ESPÍRITU SANTO CONDUCE A LOS PECADORES AL ARREPENTIMIENTO
Hechos 11:15–18: Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!No puede haber arrepentimiento o fe hasta que el corazón haya sido renovado o regenerado. De manera que, en el momento de la regeneración, el Espíritu Santo imparte el don de la fe que produce arrepentimiento y da como resultado una conversión.
Pedro y los demás se dieron cuenta de que la prueba irrefutable de que Cornelio y su familia verdaderamente se habían arrepentido era que habían recibido el Espíritu Santo. Ellos quedaron plenamente convencidos y exclamaron: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (vs. 18).
4° EL ESPÍRITU SANTO PERMITE LA COMUNIÓN CON DIOS
En Romanos 8.14–17: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados».Pablo usa la metáfora de la familia para una mayor comprensión; por medio del Espíritu de adopción, hemos recibido el inmenso privilegio de formar parte de la familia de Dios. Incluso podemos entrar sin temor en la presencia del Padre y hablar íntimamente con Él; y es el Espíritu Santo quien capacita a los creyentes para disfrutar de esa íntima comunión.
El Espíritu produce una actitud de profundo amor a Dios en los corazones de aquellos que han nacido de nuevo. Ellos se sienten atraídos a Dios, no le temen. Anhelan tener una relación con él, meditar en su Palabra y tener comunión en oración. Entregarle con toda libertad sus preocupaciones, confesarle francamente sus pecados sin temor, sabiendo que todo ha sido cubierto por su gracia mediante el sacrificio de Cristo.
5° EL ESPÍRITU SANTO MORA EN EL CREYENTE
Romanos 8.9: «Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él».En la salvación, el Espíritu Santo no solo regenera al pecador y le imparte fe salvadora, sino que habita de forma permanente en la vida de ese nuevo creyente. De una forma maravillosa e incomprensible, el Espíritu de Dios hace su morada en la vida de cada hijo de Dios.
En 1 Corintios 6:19–20, Pablo les preguntó a los creyentes de Corinto: « ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios».
Es importante destacar que no existe tal cosa como un creyente genuino que no posea el Espíritu Santo. Es un terrible error doctrinal, promocionado por muchos en el pentecostalismo, afirmar que una persona pudiera ser salva y no recibir el Espíritu Santo. La declaración de Pablo en Romanos 8:9 reafirma: «Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él».
Los creyentes genuinos, en quienes el Espíritu Santo mora, piensan, hablan y actúan de manera distinta. Ya no aman al mundo, sino que aman las cosas de Dios.
6° EL ESPÍRITU SANTO SELLA LA SALVACIÓN PARA SIEMPRE
Juan 10:27–29: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre».Este pasaje así como otros en la Biblia establecen claramente que los redimidos no pueden perder su salvación. El apóstol Pablo reafirma esta verdad al final de Romanos 8:38–39 donde escribió: «Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro».
Ninguna persona o fuerza, terrestre o extraterrestre, podrá romper alguna vez el vínculo de comunión entre Dios y los que le pertenecen. El mismo Espíritu Santo garantiza personalmente este hecho. Como escribió Pablo en Efesios 1:13–14: «En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria».
Los creyentes son sellados por el Espíritu Santo hasta el día de la redención. Él les asegura la gloria eterna.
Por desgracia, muchos grupos pentecostales y carismáticos pasan por alto completamente este verdadero ministerio del Espíritu Santo. En lugar de descansar en la seguridad del Espíritu, enseñan que los creyentes pueden perder su salvación. Como resultado, sus seguidores viven con el constante temor de un futuro incierto y no le dan honor al Espíritu Santo, que mantiene a los creyentes seguros.
CONCLUSIÓN
El Espíritu Santo está involucrado en todos los aspectos de la salvación; la Biblia destaca la obra del Espíritu de convencer, regenerar, convertir, adoptar, morar en nosotros y darnos seguridad. En un modo general podemos decir que el Espíritu Santo abarca la justificación, la santificación y la glorificación del creyente.De manera que, ahora que hemos sido redimidos, nuestra respuesta al milagro de la salvación debe ser una asombrosa adoración, alabando a cada miembro de la Trinidad por su parte en la gloriosa manifestación de la redención.
Publicar un comentario