Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Juan 8:44.
Llevados por la inseguridad y desconfianza en la capacidad de ser aceptados tal como somos, podemos caer en la tentación de adornar aquí y allá nuestra historia y nuestras habilidades de forma que causemos una impresión favorable en las demás personas. Un ladrón podrá aseverar más robos de los que realmente ha hecho si tiene que presumir delante de los compañeros carcelarios, o se pueden haber realizado más proezas sexuales de las habidas entre un grupo de hombres que se retan en su capacidad viril, o una madre puede hacer que su hijo mejore las notas y apruebe cursos con fin de que aparezca como una madre exitosa con un hijo bien educado.
Apoyarse en la mentira es un recurso fácil que evita pasar por los esfuerzos y penurias de una vida de esmero personal, aun cuando el precio que se corre es la posibilidad de ser descubierto. Esto es muy similar a la persona que difunde rumores falsos para desacreditar a las personas que envidia; se arriesga a ser descubierto y pronto la conducta descubierta se vuelve en su contra, desprestigiándose a sí mismo, antes que a quien quería desacreditar.
Mientras que la persona sincera no tiene que vigilar la versión que da de sus anécdotas y los episodios vividos, porque los transcribe al dictado de su memoria, por el contrario el mentiroso debe controlar la versión que da de su historia, para que resulte coherente con la escuchada por cada persona ante la que ha presumido.
Cuanto más se cae en la tentación de mentir más difícil es controlar la abundante base de datos de las versiones dadas y más imposible resulta comentar, repetir o seguir con coherencia lo narrado, de forma que los detalles desentonan y de pronto aquel personaje famoso es novio de una prima mientras que antes lo era de una hermana; o estuvieron estudiando dos años en el extranjero al mismo tiempo que esos mismos dos años estudiaban un Master de prestigio en la localidad donde vivían y así por el estilo.
El hábito de mentir se puede transformar en un trastorno de la personalidad que podríamos llamar 'seudología fantástica' que no es otra cosa que una compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia con el fin de causar una impresión de admiración en los oyentes.
Este afán por impresionar está basado en la imperiosa necesidad de resultar valiosos, sobresalientes e inteligentes por medios fraudulentos, ya que por los legítimos, genuinos y espontáneos desconfiamos poder conseguir. Refleja, por un lado, el anhelo de ser dignos de amor y amigote de los demás, como antes lo éramos de los padres; por otro lado, se pone de manifiesto nuestra profunda incertidumbre de no ser dignos, en base a la distancia, la dureza, el aislamiento y la falta de adaptación que sufrimos, muy parecido a lo que se experimenta cuando se sufre algún tipo de minusvalía.
El mentiroso fantasioso coge el atajo de robar la atención y aprecio por la vía fácil del engaño (las palabras son cómodos sustitutos de los hechos) en lugar de mostrarse tal como es, porque, tal vez, es mucho más modesto de lo que su ambición soporta. No se conforma con ser una persona cualquiera (probablemente se ve a sí misma con excesivo desarraigo) sino que desea ser siempre una personalidad de primera magnitud, de esas que los demás admiran embelesados y envidiosos.
De igual forma, mintiendo, logran satisfacer el ansia que les proporciona las migajas de aquello que les gustaría. Imaginando que son ricos, que seducen a las personas más bellas, sienten un gusto (que el disgusto de ser sólo fantasías) no acaba por gratificar y que puede convertirse en deleitoso manjar para satisfacer necesidades que de otra forma nunca realmente será completa, pero que a base de mentira tras mentira, engaño tras engaño, fantasía tras fantasía les hace sentir el sueño tan real que casi lo pueden creer.
Lo que les gustaría hacer, lo que en imaginaciones se prometen, lo que según sus cálculos inflados seguramente les acontecerá puede hacerles correr tanto en el tiempo, que disfruten precipitosamente de lo que todavía no son, y ello no les prepara para el naufragio de sus ilusiones durante el transcurso despiadado de la vida. Este tropiezo no les sucede a quienes su mirada alcanza un escalón arriba, sólo cuando ha mirado bien que ha pisado el actual.
El problema del pseudólogo es que para mentir tanto y que no se note ha de hacer lo mismo que un actor que representa un personaje y quiere resultar creíble: esforzarse tanto, como si uno fuera esa persona inventada, que realmente uno se confunda y olvide de quien es realmente.
El personaje suplanta al yo, con lo que su personalidad se instala en una base falsificada muy peligrosa, porque los halagos, impresiones y valoraciones que consiga arrancar a los demás con sus tretas, en realidad nunca los podrá saborear, porque sabe que no están dirigidos al yo autentico, sino al falso, con lo cual no logra sentir lo que le gustaría sentir: sus dobles vínculos impiden que los placeres le lleguen. Como la sed de mérito nunca se sacia por este procedimiento, cada vez, la persona está más descarriada e insatisfecha; entonces debe buscar motivos para curarse con la medicina que le empeora.
La cura del mentiroso es sustituir la mentira por la búsqueda de la excelencia. Reconociendo su necesidad de brillo y atracción, dedicarse con firmeza a mejorar sus méritos verdaderos, bien sea profesionales, culturales, relacionales, con suficiente persistencia y seguridad, puesto que si ha caído en la mentira es por impaciencia. Jugar limpio, ser genuinos, es el mejor camino para ser aceptados por los demás. Lo primero es que nos acepten aun siendo humildes y mediocres.
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