"Y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complací." (Mateo 3:17).
La verdad de que Jesucristo es el hijo perfecto de Dios es una característica clave del mensaje de los evangelios. El autor de la carta a los Hebreos lo deja claro desde el principio:
Habiendo Dios hablado en el tiempo antiguo muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos postreros días nos habló por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por el cual también hizo el universo; quien siendo el resplandor de su gloria y la imagen misma de su ser, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, por cuanto ha heredado un nombre más excelente que ellos. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: Mi hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy; Y otra vez: Yo seré su Padre, y Él será mi hijo? Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenlo todos los ángeles de Dios. Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego. Pero respecto al Hijo: Tu trono, oh Dios, es por los siglos de los siglos; Cetro de equidad es el cetro de tu Reino; (Hebreos 1:1-8; Cf. Colosenses 1:15-19; 2:9 ).
El Nuevo Testamento presenta a Dios más como el Padre de Jesús (Juan 14:6-11; Filipenses 2:9-11.), que como el Padre de los creyentes (Mateo 6:9). No podemos adorar a Dios a menos que también adoremos a Cristo como uno con el Padre (Juan 5:23).
Pregúntese
¿Estas "muy complacido" con el Hijo, tu Salvador, como el Padre lo está? Y, estás dispuesto a declarar y proclamar su nombre como si tronaran los cielos? Oremos para que Dios renueve tu amor por él hoy, y te llene de audacia para proclamar tu devoción en cada oportunidad.
La verdad de que Jesucristo es el hijo perfecto de Dios es una característica clave del mensaje de los evangelios. El autor de la carta a los Hebreos lo deja claro desde el principio:
Habiendo Dios hablado en el tiempo antiguo muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos postreros días nos habló por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por el cual también hizo el universo; quien siendo el resplandor de su gloria y la imagen misma de su ser, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, por cuanto ha heredado un nombre más excelente que ellos. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: Mi hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy; Y otra vez: Yo seré su Padre, y Él será mi hijo? Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenlo todos los ángeles de Dios. Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego. Pero respecto al Hijo: Tu trono, oh Dios, es por los siglos de los siglos; Cetro de equidad es el cetro de tu Reino; (Hebreos 1:1-8; Cf. Colosenses 1:15-19; 2:9 ).
El Nuevo Testamento presenta a Dios más como el Padre de Jesús (Juan 14:6-11; Filipenses 2:9-11.), que como el Padre de los creyentes (Mateo 6:9). No podemos adorar a Dios a menos que también adoremos a Cristo como uno con el Padre (Juan 5:23).
Pregúntese
¿Estas "muy complacido" con el Hijo, tu Salvador, como el Padre lo está? Y, estás dispuesto a declarar y proclamar su nombre como si tronaran los cielos? Oremos para que Dios renueve tu amor por él hoy, y te llene de audacia para proclamar tu devoción en cada oportunidad.
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