"Yo, pues, el prisionero del Señor, os exhorto que andéis como es digno del llamamiento con que fuisteis llamados" (Efesios 4:1).
¿Quien nos llama? Jesús tiene la respuesta: "Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo atrae" (Juan 6:44). Jesús también dijo: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que Yo os elegí y os puse para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Juan 15:16). El "[Dios] que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también declaró justos; y a los que declaró justos, a éstos también glorificó"(Romanos 8:30). Dios nos llamó, respondimos por medio de la fe, y nos salvó.
Supongamos que después de investigar todas las diferentes religiones del mundo, una persona elige el cristianismo. Si el cristianismo solo fuera una simple elección personal, para salvarse, esta persona tendría un cierto nivel de compromiso, es decir, podría alegar: "Desde que he decidido a hacerlo, vale la pena hacerlo". Pero si yo soy cristiano porque antes que el mundo, el Dios soberano del universo me eligió para pasar la eternidad en Su presencia, eso crea un mayor nivel de compromiso.
Si una mujer soltera se acercara a un soltero, le dijera que el tiene ciertas características que admira, y le preguntara si está interesado en casarse con ella, algo estaría desatinando en ese cortejo. Pero supongamos que él se acerca a esta mujer primero y dice: "He pasado de un extremo al otro del mundo, y tu carácter y belleza supera a la de todas las demás. ¿Quieres casarte conmigo?" Sabemos entonces que en esa relación no desatina nada.
Ahora desarrolle ese razonamiento, considerando la perspectiva de Dios. Nosotros no le pedimos a Dios si podíamos entrar en un acuerdo de salvación con Él. Sino que de todas las personas en el mundo, Él nos eligió para recibir su misericordia. Eso es un grande y santo, llamado celestial. Tal llamamiento exige una respuesta de compromiso; ¿no es así?
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